Mi Relato
Habrase preguntado alguien, alguna
vez en la vida, ¿cuantos años vivirá?, tal vez no, pero tal vez por lo menos
todos los años después que uno cumple los 50s.
Todo comenzó una noche previa,
los dolores de parto se hicieron intensos- así lo cuenta la
mamá-, la noche del 10 de noviembre, con el frío intenso del pueblo, a los
2,300 mts sobre el nivel del mar, en una fiesta, una boda, tal vez, inició este
dolor, pensaba dijo, que ya la hora del parto se acercaba, así que tratando de
aguantarme, no hice caso, primero porque el rancho en donde estaba, era
distante de la casa, y lo otro que no quería salir de la fiesta, pero los
dolores arreciaron y para las dos horas siguientes, estos eran tan intensos que
fue mejor pedir ayuda a la comadre litaambocho, para irme a la casa, así a la
mitad de la noche oscura y caminando por la vereda me regresé sola porque la
comadre solo me encaminó, mucho temí que en el camino se saliera mi hijo, dijo,
por lo que en los momentos que no tenía dolores corría, pero cuando estos
comenzaban me hacían sentarme y esperar si ya iba a salir, bueno, que esto
fuera ya, pero a mitad de camino se fue retirando poco a poco el dolor, me
permitió llegar a la casa, había caminado aproximadamente 2 hrs o más, en medio
de la oscuridad, evadiendo a los perros que no permitían llamar a alguna de las
pocas puertas existentes en el pueblo, la luz de las estrellas me permitieron
llegar tal vez a las 3 ó 4 de la mañana, también pasé el río grande, el agua me
llegaba hasta la cintura, ahora creo que tal vez ese balde de agua helada que
le di a mi cuerpo y de paso a mi matriz, de pasadita además al hijo que traía,
tal vez sirvió para inhibir las concentraciones, porque el agua sí que es
helada en ese río, los cristales de hielo que se forman en las orillas al
pisarlos, el dolor no son en los pies descalzos, sino en la cabeza, que tiene
que ver la cabeza, decía yo, si con los pies piso, en fin llegue a la casa.
¡¡ Reyna, Reyna Corre!! ve a
traer a la partera porque ya viene tu hermanito, corre, dile que venga rápido
Si mamá, aunque de mal humor ya
levantada, buscó de entre sus cosas, su rebozo, no se preocupó por sus zapatos
porque no tenía, salió pensando, ¡otro hermanito!, como si no fueran suficiente
los cinco que ya habían, ¡otro?, y para que, púes, otro, de comer no hay mucho,
dinero, de donde, que acaso no piensa mi mamá en que ya no debe tener más
hijos?, pensaba también en que se tendría que encargarse del niño, que ella, la
mayor, sería la que cargaría al recién nacido, y tendría que lavar los pañales,
y darle de comer y buscar la nana que amamantaría al bebé el tiempo de
cuarentena, y cuando llorara y no se calla y cuando tiene frío, y con que se va
a vestir…, la sobresaltaron los ladridos de los perros que le salían al paso,
por lo que se hizo de un palo y con ello se defendió dando de palazos a
diestras y siniestras a los perros que sorprendidos se quedaron viendo y
emprendieron la huida ante la decisión de la niña de 10 años de edad que no se
intimidó ante las feroces bestias, pero su coraje lo había desprendido de esa
forma, después de atravesar los cultivados campos de maíz, fríjol y calabaza
logró llegar a la casa de la comadrona…
¡¡Doña cata!! Doña Cata, dice mi
mamá que se apure, que ya va a nacer mi hermanito!, repitió otras dos veces el
llamado, hasta que la puerta de carrizo fue abierto y una voz gutural
inaudible, dijo algo, o trato de decir algo.
¿Quién ess tu mmmammm?
¿Mande?
¡¡Quien es tu mamá!!,
Ha, este, tina, tía tina,
tinamiguel
¡¡Haaa!!, haaaa, vamos, tu sola
vienes?
¡Sí!
Regresaron, cuando ya los primeros
rayos de la mañana empezaban a querer atravesar las densas nubes grises, una
vela de la comadrona iluminaba el camino antes oscuro, el viento trataba de
apagarlo y las manos de doña cata hacían lo propio para evitarlo, reina rió en
sus adentros, si se quema la señora, el grito que va a poner, sus descalzos
pies de la señora eran firmes y caminaban solos, parecía que ella caminaba
dormida y que sus pies la llevaba, sus cabellos rancios se lograban ver cada
vez que la tenue luz de la vela lo iluminaba, el rebozo en la espalda le cubría
la mitad y la otra mitad le caía hasta el suelo, varias veces reina se vio
tentada a recogerle su rebozo y pasárselo al otro lado del hombro, pero no se
atrevió, esta vez los fieros perros no ladraron, solo se quedaron mirando a la
pareja, tal vez porque eran ahora ya dos, o porque ya estaba amaneciendo o
tenían frío y prefirieron seguir enconchados.
Tía tina, nii, que ya tiene
dolor?
Ya, se me quitó, tuve toda la noche
doña cata, pero ahorita ya no, pensé que ya era la hora, pero ya no tengo dolor
Así pasa, nii, le salió agua?, se
le rompió la fuente?
No, no creo.
Pero está mojada su ropa.
Es que fui a traer agua ahorita
al río
Entonces me voy, y si vuelve el
dolor me manda a su chamaca a avisar y vengo, tía tina.
Gracias, doña cata, así le voy
hacer y perdone, pero si tenía mucho dolor y …
Está bien, voy y vengo
Salió de la casa de madera del
rancho, el rebuznar de los burros hizo difícil entender que más dijo doña cata
al levantar la punta de su rebozo lleno de lodo que sacudió enérgicamente, y
guardo su vela ya apagada en la bolsa del mandil, el perro lo acompaño con sus
ladridos hasta la bajada para tomar el camino real perdiéndose rápidamente.
Que pasó, pensó reina, pero no
preguntó nada, solo se quedó mirando a la mamá.
El resto del día no hubo dolor,
pero la mamá pensó en él todo el tiempo, lo que tendría que hacer, su marido
estaba en ese tiempo en el norte en San Quintín trabajando, se había ido
de bracero con su compadre Ambrosio tío
lencho y otros 2 del pueblo, ray de 12 años y santos de 6 estaban encargados de
cuidar los pocos chivos que tenían, reina se encargaba de hacer la masa, las
tortillas y todo lo que la mamá le mandara, francisca de 4 años era la nena y podía
hacer pocas cosas además de llorar para llamar la atención de la mamá que
obviamente ocupada en ir a traer la leña, el agua y hacer el desayuno no le ponía
atención, así que cuando se cansaba de llorar, sola se callaba, así eran los
niños.
La mañana del día 11 cambió, a
las 7 de la mañana, nacía yo, abrí los ojos por primera vez, habían pasado los
pujos de la mamá y los esfuerzos desesperados hasta que salí, la partera orgullosa
del parto me atendía con un lienzo limpio, que no nuevo, con movimientos
agresivos frotaba mi cuerpo de pies a cabeza en parte para secarme del líquido
amniótico que me inundaba o tal vez del verde meconio y en parte para estimular
la primera respiración que ya se había prolongado y no se presentaba, mama
tina, y reina se habían quedado mudas.
¡¡No jala el resuello!!, decía
angustiada doña cata, la partera.
Dele su nalgada, inquirió la mama
Un leve quejido apareció de mi
garganta, ¡¡Jhiuuu Jhiuuu!! apenas perceptible, la partera se apresuró a
frotarme el trapo en el pecho, un grito apareció después y otro rato aparecieron
los primeros lloriqueos a pulmón batiente, el frío invierno hizo que yo
sintiera la intemperie por primera vez, el viento atravesó todo mi cuerpo
fugazmente y sentí como un baño de lo más frío que pudiera existir en la
tierra, depositado entre las sabanas limpias mientras ocurría el alumbramiento,
el líquido de la espalda ahora estaba tan frío, que el organismo apresuraba los
movimientos de pies y manos para tratar de evitar ese proceso físico de traducción,
las tijeras se olvidaron y reina se encargaría de buscarlas en el baúl.
¡Sino, trae un cuchillo
siquiera!, dijo la partera
Pero aparecieron la tijeras y con
una fricción enérgica con la sábana, rápidamente quedó
estéril, realizando el corte del cordón umbilical, apareció el sangrado que se
cohibió con un poco de café en el extremo, y dio tiempo para realizar la
lijadura cerca de ese mismo extremo del niño, la parte de la madre, lo correcto
es dejar que sangre, porque así sale más rápido la placenta, ya arropado y una
vez extraído la placenta con un jalón discretamente fuerte, fui acercado a la
mi mamá, quien me tomo entre sus cansados brazos y acercado a su regazo, el
calor rico de la madre hizo tranquilizarme y callarme por un momento hasta que
fui separado para ser llevado a la matrona para mi alimentación láctea ya los
senos de la madre no son de utilidad la primera leche, debería de tomar
bastante agua y alimentarla bien antes de alimentar al niño recién nacido
¡Hay que chiquitito esta! dijo
con voz firme tía Tere
¡tienes hambre? me preguntó, obvio
le contesté, claro sin emitir palabra alguna, pero sí perplejo ante la
presencia de la desconocida, de pronto me vi presionado a su pecho y sin opción
alguna tenía que succionar de la leche de la desconocida.
El tiempo pasó sin memoria
alguna, sin más que orillado en algún lugar de la casa, mamando y llorando, que
más podía hacer una indefensa criatura ante los embates de la naturaleza, a
veces la visita del perro que lengüeteaba mi cara tal vez dándome protección
antibacteriana, nunca se lo agradecí.
La única fotografía es fortuita,
alguien llevó una cámara para tomar fotos a algunos señores y por casualidad se
encontraban mis padres, en ella, me encuentro con unos granos en la cabeza tal
vez unos nódulos bacterianos, mi escasa cabellera y el prurito como se ve en la
foto, mi padre con tenis y mi madre descalza, junto a una casa de adobe con
algunos señores desconocidos
¿En dónde estaba entonces?
El pueblo se había llamado
Yucuñudahui, llegaron unos sujetos güeros que se apoderaron de toda la república
y se hicieron dueños de ello, nos impusieron un dios al que había que venerar
so, pena de ser azotados, castigados y asesinados si esto no era así, nuestros
dioses eran visibles a través de unas piedras, y nuestros nombres eran 8
venados, garras de tigre, 4 venados cuerno gris, Yocoñooy, etc.
Yucuñudahui para los invasores no
significaba nada para nosotros todo, decidieron que el pueblo se llamaría San
pedro Tidaa, la resistencia fue vana, y hasta nuestros días más de 500 años
después la resistencia indígena permanece viva, nuestra cercanía con el señorío
de Tilantongo no fue relevante y fuimos sometidos a la religión católica más
por miedo a morir en manos de los españoles que
por la fe religiosas, así lo cuenta la historia.
Me tendrían que poner un nombre y
lo pensaron mucho, según el calendario de Galván (¿¿??), me tendrían que
bautizar obligadamente con un nombre santo (¿¿??).
¡Le ponemos Martín! dijo tía lita
la que sería mi madrina,
¡¡No!! Porque Martín se llama el
loco que anda por ahí en el pueblo, inquirió mi mamá
Bueno entonces como su papá
Miguel
Mejor como nació en día domingo,
le llamamos así, Domingo.
O Isidro como su abuelo, bueno
vamos la autoridad a haber que dice.
Había terminado la deliberación
del nombre, mi padre lejos del pueblo sería la persona que decidiría que nombre
ponerme, pero él estaba en el Norte de bracero, así que la autoridad decidió
ponerme Martín Miguel, y se asienta en el acta ese nombre diciendo, se presenta
el sr. Miguel cortés soltero de 40 años indígena puro quien presenta a un niño.
Etc.
Días después con la presencia de
mi padre el me pondría mi verdadero nombre, ahora me llamarían Aurelio Domingo.
El tiempo siguió su curso, ahora
con un nuevo habitante en el planeta tierra – yo-.
Cierta mañana desperté en el
campo, al abrir los ojos vi las milpas más grandes del universo, se alzaban con
varios brazos verdes y de dos a tres capullos gigantes, le salían de dentro
unos cabellos amarillos que colgaban a los lados cubiertos al igual por grandes
hojas verdes, mire al otro lado y vi igual unas milpas diez veces más grandes
que yo, frondosos y gruesos, al volver hacia atrás y hacia delante el panorama
era igual, me trate de incorporar apoyándome del suelo también verde y un
rebozo que había dejado de ser mi protección, camine unos pasos, estupefacto, más
arriba trataban de entrar entre las milpas unas nubes grises, pero las milpas
con movimientos de un lado a otro se quitaban a las nubes se corrían para otro
lado, nubes blancas más allá donde podía ver, ¿qué es esto? me preguntaba, no sabía
si era realidad o sueño, pero las milpas intentaban limpiar con sus movimientos
todas las nubes, quizá era la primera belleza de la naturaleza que veía, volví
a caer en los matorrales, esta vez no trate de levantarme y permanecí viendo la
lucha entre las milpas y las nubes y por más que se movían las milpas, no se
lograban quitar todas esas grises nubes.
¡Ah! ¿Ya te despertaste? pregunto
una voz que yo conocía, pero que no sabía de donde venía, ¡ahorita voy!
repitió, parecía venir de todos lados y volteaba a ver de dónde venía, pensé ¿las
milpas me están hablando?, ¡ya voy! ¡Ya te vi! repitió la voz, me quede mirando
a las milpas son tantas que no sé quién me habla; se oyó el crujir lastimero de
las hojas tiradas ante los pasos que se acercaban pero que no llegaban,
finalmente se aparece mi madre, ¡a como adoro a mi madre!, me dije, cuando no
sabía que tanto pasaba ahí estaba ella.
¡bueno! párate, me incorporó me
agregó en mi espalda un canasto y una cinta en la frente y depositó algo en el
canasto, lo trataba de ver, pero ella me tomo de la mano y me haló, recogió su
rebozo que se enredó en su cabeza y caminamos, logré de reojo ver, que en el
canasto había depositado una mazorca, esa que antes estaba en la milpa, tocaba
esos cabellos amarillo tan lisos que salían de la mazorca, los acaricié
nuevamente con mi mano y lo jugueteaba entre mis dedos, que agradable
sensación, contrastaba con lo duro del suelo que mis descalzos pies pisaban, no
sé porque la prisa de mi madre, pero corría tratando de alcanzar sus largos
pasos, salimos de esos terrenos y ahora caminábamos en el frío suelo entre
tierra y piedras, y volteaba a ver a las milpas que se alejaban cada vez más,
¿Por qué se irán las milpas junto con las nubes?, tal vez al fin las nubes habían
vencido la lucha que tenían y ahora se lo llevaban, porque las nubes se habían
vuelto ahora negros, de pronto un jalón en el brazo me hizo estremecer, me
dolió bastante, ahora volaba para caer en los brazos de mi madre, quien me
cubrió la cabeza y todo quedó oscuro, fuertes gotas de agua golpeaban en mi
espalda y solo veía de vez en vez luces intensos de relámpagos y estruendos que
taladraban mis oídos, eran de los rayos que caían en algún lugar, me tome fuerte del cuerpo de mi madre, ahora ya empapados, un tiempo después llegamos
a un lugar en donde la lluvia ya no mojaba, aun cuando se oían los relámpagos y
rayos que seguían cayendo, pero si entraba un viento helado por todos lados de
la casa de carrizo y techo de paja, me dejo en algún lugar mi madre alguien fue
y me acerco al fogón y el calor me hizo sentirme diferente, me acordé de mi
mazorca y lo busque en mi espalda, lo tome entre mis brazos y pase los cabellos
amarillos sobre mi cara, pero cuando no eran los cabellos su cubierta era
rasposa, vaya bastante rasposa, alguien llegó y me quitó el rebozo que me cubría
la cara, cuando me vieron abrazando mi mazorca rieron todos, claro yo también,
lo que no sabía era porque, pero en ese momento no sabía si quería más a ellos
o a mi mazorca, porque para cuando me lo quitaron me sentí nada, lloré, pero
ellos rieron, así que terminé por reír también, como no entonces, iba a ser
hijo del maíz, después vería que le quitaron las hojas que lo cubrían y sacaban
el elote, mucho maíz, otros iguales lo echaron en un balde de hervía en la
lumbre y otros lo quemaban en las brasas, una vez cocidos me regresaron mi
mazorca convertido en elote, me comí esos cabellos ahora cafés, que habían
perdido su textura, luego me comí uno a uno de esos varios maíces, mis fuertes
dientes lo machacaban y del agua misma de los elotes tomamos, no sé si me lo
acabé, pero lo volví a abrazar antes de que mis ojos se cerraran para, dormir,
afuera se oía la pertinaz lluvia, el paso del viento, los relámpagos y rayos
que no habían cesado, y más allá el paso del agua del rió que arrastraba todo a
su paso, que el mundo se preocupe por ellos yo ya me voy a dormir.
¡El Toro se pasó del lindero
mamá! gritó desesperada Reyna.
¡Corre! pancha ¡ve por él! gritó
mamá
Ante la desesperación de perder
el toro, mi madre quiso atravesar la tierra suelta de la loma, a mitad del
camino, resbaló y empezó a rodar, trató de sujetarse de una piedra pero esta se
desprendió y se le fue encima, la loma tendría como cien metros de alto, a la
mitad estaba yo y vi que ella rodaba entre piedras y tierra, estiré la mano
para detenerla, pero estas eran demasiadas cortas y no lo logré, oí que gritó,
¡da la vuelta!, así corrí, tratando de llegar al río que era en donde
terminaba esa pendiente, cuando llegué al río, este estaba teñido de rojo
Pensé en que mi madre había
muerto, de mis ojos salieron sendas lágrimas que me impedían ver con claridad,
corrí río arriba, y ahí vi a mi madre, en el charco de agua y sangre; ¡toma
agua mi hijo!, dijo
¡Si mamá!, busque en donde no
había sangre e hice lo que me ordenaba, al regresar ya Reyna y chayito estaban
con ella, al igual llorando, me tomo Reyna del brazo y me alejó del sitio para
que no mirara, los veía que platicaban y lloraban y después se acercó a mi
chayito y sin dejar de llorar me tomó del brazo y caminamos río abajo, todo el
tiempo llorando, yo pensé que mi madre iba a morir y que ya no la volvería ver
más, después de algún tiempo nos encontramos con alguien, chayito dijo algo que
no entendí, más abajo otra persona preguntó que pasó, ella misma contestó entre
sollozos, y así hasta llegar a la casa.
Cuando nos fuimos, fue para pedir
ayuda, pero el lugar era bastante distante, Reyna también buscó a alguien que
pudiera ayudar a la mamá, mientras ella, tomo su brazo derecho péndulo, roto
del codo de donde emanaba sangre a borbotones, se cubrió con su rebozo y se
sentó en la orilla del río, el dolor intenso y los síntomas del choque se
empezaban a hacer presentes, sentía sueño, pero temía que al dormir no despertaría
jamás, por lo que luchaba por estar despierta, oyó de alguien pasaba y con un
esfuerzo le gritó para que la ayudara, el caminante resultó ser un vecino del
pueblo, el señor Ponciano Ruiz, al verla, la reconoció aun cuando no era del
pueblo, su espíritu humano hizo que lo apoyara, el solo no podía hacer gran
cosa, entonces pensó en hacer una camilla, con el machete cortó varios carrizos
que siempre nacen en las orillas de los ríos, y con bejuco los amarró a unos
murillos, cuando Reyna llegó, llevó una mula, subieron a la paciente a la
improvisada camilla y lo amarraron a la silla de la mula, así Reyna la tendría que traer al
pueblo, halando a la mula y así se hizo, cuando se pudo echar a andar a la
mula, esta halo de la “camilla” en el pedregoso río, ese arrastre, fue muy
doloroso para la paciente, quien gritaba de dolor, más adelante, como pudo Reyna
la sacó del río para tomar el camino de tierra, así caminaron un buen trecho
hasta encontrar a los familiares que sirvió de consuelo para mi madre, perdió
entonces el conocimiento.
Al sujetar la roca, con su mano
derecha, esta se desprendió y le originó
una fractura supracondílea del húmero, la
piedra cayó sobre el codo extendido, este tipo de fracturas son peligrosas ya
que causan lesiones neurovasculares, síndrome compartimental y terminan con
secuelas de Volkmann y unión defectuosa, pudo haberse lesionado la arteria
humeral por la saliente anterior del fragmento proximal y del nervio mediano.
El sangrado provino tal vez de
alguna colateral de la arteria humeral ya que esta fue copiosa, no tuvo el
síndrome compartimental, ya que se desgarro piel, tejido celular subcutáneo y
músculo, permaneció varios días en cama, tal vez 5 días delirando por el dolor físico
y la deshidratación tal vez cursó con choque hipovolémico llamaron entonces a
los curanderos del pueblo o brujos para ser atendida y así lo fue, le aplicaron
trapos quemados que le sirvió como
hemostasia, mejor dicho, como cauterio, se rodearon el brazo con unas hierbas
pegajosas con la creencia que le serviría para “soldar” el hueso y lo vendaron
con trapos limpios, así estuvo por varios días.
La mañana despuntaba en el alba,
se oían lamentos y lloriqueos adentro de la casa de madera con zacate como
techo, afuera se encontraba alguien que después me dirían que era mi hermano y
después otro más que también era mi otro hermano, obvio que a esa edad ni me dio
mucho, ni nada de gusto, es más ni sabía que era eso de hermanos, pero traían
una pelota, de eso si me acuerdo bien, en realidad no sé si ellos lo trajeron,
pero de forma por demás misteriosa apareció aquella mañana una pelota de plástico
multicolor, franjas rojas, amarillas, verdes, claro de colores no sabía pero así
era la pelota, y jugarlo era la novedad, pelearíamos por ella con mi hermana y
otros chamacos, pero ahí también estaba la diversión, pero también estaba una
cosa que después supe se llamaba bicicleta, más al rato uno de mis hermanos se subió
a ella y camino sobre ella, bueno la bicicleta caminaba ante el impulso de él,
y los que estábamos veíamos, yo veía como se desplazaba por la polvorienta
calle de Hidalgo, pero, eso que interesaba, lo atractivo esta ahí, en donde quedó
la pelota¡¡!!??, jugamos y jugamos no sé cuánto.
Mi padre, Raymundo y Froilán
estaban en Oaxaca, mi padre vendiendo paletas “victoria”, mis hermanos
substiendo en la boleada, allá en la Alameda de León, el parque de 2ª.
importancia en la ciudad, todo parecía normal, la gente, los coches, el sonido
del viento, parecía que todo estaba en su lugar, sin embargo no era así, de
pronto apareció el tío Ambrosio, compadre de mi padre, y se acercó a ray para
decirle,
¡mundo!
¡tío!, ray se levantó del
banquito de bolero, arrimó su cajita y abrazo efusivamente al tío. El tío con
parsimonia y delicadeza con voz baja y casi al oído le susurro, ¡ten calma he
hijo! Pero me urge ver a mi compadre, porque algo grande ha pasado en el
pueblo, guarda tu caja porque nos vamos al pueblo, pero ¡ten calma nhì!,
desviando la mirada, porque sus traicioneros sentimientos le ponían al borde de
las lágrimas.
¡vamos, me llevas a donde pueda
encontrar a mi compadre!
Presurosos, los tres, acudieron a
la última calle de avenida hidalgo, en donde estaba la peletería “Victoria”, el
tío entró y preguntó a uno de los que estaban entregando sus cuentas de la
venta del día, quien señaló hacia fuera, y con alemanes indicándole algo, salió
el tío y dijo:
¡vamos a esperar he mundo, ya
viene mi compadre!, nos sentamos en la entrada de la escuela “Rebsame” ahí
junto, y esperamos un rato, la tarde caía, el sol iluminaba el arrebol el tinte
rojizo, aquella tarde parecía muy intenso, ajeno a todo los hermanos esperaron
un buen rato sin emitir palabra alguna, poco a poco se fue observando una
figura que se acercaba lentamente a la peletería, ahí venía el papá empujando
su carrito de paletas, cansado por el tanto caminar, tal vez haciendo cuentas
mentalmente para entregar al patrón, corrieron ray y floy a alcanzarlo, quien
sorprendido por este hecho, se les quedo viendo al mismo tiempo que vio a su
compadre, creyendo que el compadre había llevado a los muchachos, entusiasmado
por la presencia del compadre, quiso ir a saludarlo, pero este se adelantó para
decirle:
¡Tenga paciencia compadre,
entregue sus cuentas que le tengo que decir algo grave que pasó en el pueblo!,
El papá se le quedó viendo por un
momento y después sin decir palabra se apresuró a guardar el carro de paletas y
entregar las cuentas al patrón, saliendo presuroso para que el compadre le
comunicara lo que también los niños querían saber.
¡Tenga calma compadre!. . . volvió
a repetir, entre palabras entrecortadas trato de hilvanar las palabras que le salían
lentamente, sabe, es que, mi . . . co . . mi comadre, tuvo un accidente, pudo
decirlo antes, de que las lágrimas rodaran por sus ojos, vamos porque tal vez
no lo encontremos viva compadre, se logró oír entre sollozos, los hermanos se
acercaron más para oír mejor, la mamá muerta?, no lograban entender que era
eso, pero el papá había oído perfectamente, y sin más solo se logró escuchar
decir, con voz fuerte, ¡¡nos vamos al pueblo!! Y empezó a caminar rápidamente, alcanzó a decir, tráete tu bicicleta mundo, tráiganse
sus cosas, corrieron los hermanos a sacar lo que pudieron del lugar en donde dormian, por órdenes del papá
que no les había explicado que pasó, pero que tendrían que irse al pueblo.
La única hora de salida del
Fletes y pasajes para Nochixtlán es a las 10 de la noche, dijo el dependiente
que vendía los boletos, y pagan cuando se suban, ¡sí señor, dijo papá!, se
pusieron a platicar del accidente sin permitir que los chicos escucharan
La entrada de la terminal de
autobuses fletes y pasajes se encontraba en la calle de las casas, al entrar al
lado izquierdo se encontraba una barra y un mostrador con bancos a lo largo,
vendían alimentos, tortas y otras cosas, al lado derecho de la entrada se
encontraba un altar, al centro la imagen de la Guadalupe, a los lados varias
imágenes religiosas y en el piso los floreros que sostenían las aromáticas
flores, unos claveles, otras, rosas, nardos, azucenas y otros, las veladoras de
diferentes tamaños iluminaban las imágenes, que reflejaban el estado de ánimo
de quienes los habían pintado, la sumisión de las gentes entonces era evidente
y el compadrito, papá, ray y froy se inclinarían a rendirle tributo a las
imágenes persignándose al unísono, que
representaban en ese momento la única esperanza de sobrevivencia para la madre,
papá se hincó al frente de las imágenes y una rápida suplica a las imágenes le
hizo el momento más reconfortable, una vez repuesto, miraron el lugar, adelante
estaban 2 escalones, a lado izquierdo una barra que corría hasta la entrada
para el acceso a los autobuses, atrás de la barra, las taquillas, de lado
derecho la sala de espera se extendía del término de los escalones hasta la
pared, una maderas gruesas que cubrían al viejo cemento se podían ver, y
servían de asientos, la gente caminaba halando sus chivos y cargando sus guajolotes y pollos unos para afuera de la
terminal y otros entrando, las 7 de la noche, el movimiento era fluido, se
acercó papa para preguntar la próxima salida al pueblo, lográndose escuchar
decir, la única hora de salida del Fletes y pasajes para Nochixtlán es a las 10
de la noche, dijo el dependiente que vendía los boletos, y pagan cuando se
suban, ¡sí señor, dijo papá!, ya se lo había dicho pero la angustia le hizo ratificarlo, se pusieron a platicar del accidente sin permitir
que los chicos escucharan, que además ajenos a los acontecimientos se salieron
de la terminal a mirar afuera a los pocos carros y gentes que se desplazaban,
por su parte el compadrito y papá salieron de la terminal y caminaron unos 5
metros para entrar a un expendio de mezcal y comprar su cuartito para el viaje,
que solo les duro un rato, pero suficiente, para cuando salieran a comprar otro
cuartito ya el expendio se había cerrado.
¡¡Pasajeros a Pueblo Nuevo, Etla,
Suchilquitongo, llano verde, la carbonera, Nochixtlán, Yanhuitlán,. . . etc.!!
se oyó decir de alguien que gritaba en la puerta de entrada de pasajeros, ¡¡ese
es!! dijo papá y corrió junto con el compadrito, se alcanzó a oír ¡¡tráete tu
bici mundo!!, los chicos ya habían corrido, pero regresaron por su bici,
subieron a empujones para lograr un asiento y para apartar los lugares y no ir
parados todo el largo viaje, se encargarían de subir la bici ray y froy entre
gritos de la gente y de los animales que subían en el capote del carro, una
hora después empezaría a caminar a jalones el viejo carro de fletes y pasajes,
repleto de todo entre grito y gritos lograron reunirse, papá cargaría en sus
piernas a ray y froy quedó parado después se turnarían, así el largo viaje
comenzó pasando cada uno de los numerosos pueblos, hasta llegar a Nochixtlán,
¡¡ Los que bajan en Nochixtlàn!! Grito alguien, no, dijo el compadre mejor en
Sinaxtla, así más adelante gritaron papá y el compadre,¡¡bajan, bajan!!, en la
espesura de la noche descendieron de
carro, gritaron que le bajaran sus cosas y la bici entre el farfullar del
machetero, emprendieron el viaje a Tidaa, por un camino de herradura ya que
camino no había, cuando el papá y el compadrito empezaron a caminar estos lo
hacían tan rápido que ray y froy con su bici no podían avanzar por lo
accidentado del camino, caían y ray le gritaba a froy, ¡¡empújale, empújale!!
Avanzaba la bicicleta y se oía otro grito de ray ¡¡apúrate santos y súbete,
pero rápido!!, ya no se lograba ver al papá si la noche no le permitía, menos
desconociendo el lugar por donde caminar en bici, de tiempo en tiempo el papá los esperaba para regañarlos que no estuvieran jugando y se apuraran, tal vez
tuvieron ganas de decirle que no estaban jugando, pero no importaba, era
natural que el papa siempre los regañaba por cualquier cosa, así entre la
oscuridad y caídas, llegaron después de 3 horas de camino a la casa del pueblo,
para conocer las condiciones de la moribunda mamá.
Una mañana cuando el cantar de
los gallos era más intenso, reina me tomó de la mano y me limpio la cara con un
trapo, bueno tal vez con su rebozo, friccionó en dos ocasiones mi mocosa cara,
no sé si quede limpio o me embarró más, tampoco ella lo sabía, me llevó a dos
cuadras de la casa a jalones, yo no sabía para que, tampoco tenía opción de
elección, llegamos a una casa que me pareció enorme, jamás había visto algo
así, en mis 4 años de vida o quien sabe cuántos, las paredes de adobe corrían a
los lados largamente a la derecha y a la izquierda, el ancho no lo era tanto y
de alto también estaba alto, con maderas que sostenían a techo de tejas, claro
así era, aunque no sabía yo de los materiales, me impresionó una construcción
tan enorme, algo hablaba Reyna con alguien pero a mí no me interesaba, veía que
asistía la cabeza, yo me concrete a mirar absorto tan magnifica construcción,
una casota de adobe más alto que largo y menos ancho, después me enteraría que
era la escuela del pueblo, no sé qué tiempo estuve admirando tal edificio,
salimos y caminamos pero la casa no se alejaba, ahí estaba, muchos pasos
después la casa se fue reduciendo de tamaño y después desapareció, después me
llevaría nuevamente, por la tarde se dice, es decir me enteraría que en el día
había 2 días uno en la mañana y otra en la tarde, y vi que en la escuela algo
le decían a Reyna y ella lo hacía un trapo que después supe tejía, si me
gustaba ir a la escuela era para ver la casota solamente.
Los perros labraban
escandalosamente tal vez 3 o 4, se agitaban y se oían desesperados.
¡¡Mingo!! ¡¡Mingo!!, levántate
rápido, decía chayito
¿¿Pa’ que? Le conteste
somnoliento
¡¡ Los coyotes!! ¿Oyes?, los
coyotes se quieren comer las gallinas, dijo chayito.
Me paré rápidamente podía pasar
cualquier cosa pero que los coyotes se comieran mis pollitos bonitos ¡¡No!!,
¿Qué?. . .
Rápido, el rifle, y tomó el rifle
calibre 22 de dos cartuchos, se lo puso en posición de disparar y me dijo, ven
vamos a matar a los coyotes, abrió la puerta de carrizo, el cacaraqueo de las gallinas
era escuchado por la agresión de los coyotes, los perros ladraba
estrepitosamente y parecía que buscaban atacar a los agresivos y salvajes
animales, la oscura noche solo permitía ver el reflejo de los ojos de los
perros, sabíamos en donde se encontraba el gallinero así que salimos, ella
adelante con el rifle dispuesto a ser disparado cuando fuera requerido yo atrás
protegiéndole la retaguardia agarrado de su vestido dispuesto a defenderla aun
con la vida misma, los perros se acercaron a nosotros ya que nos vieron
dispuesto a matar a los feroces coyotes, cuando los coyotes nos vieron
emprendieron la huida, bueno, la verdad es que ya se habían llevado una gallina
para su cena y los perros nos rodearon para protegernos, y cuando ellos lo
vieron prudente que no corríamos peligro, persiguieron a los coyotes, que
generalmente se alejan cuando escuchan el ruido del movimiento de la puerta,
sin embargo, nuestra valentía quedo de manifiesto y nosotros quedamos
satisfechos de haber corrido a los feroces coyotes, regresamos a casa y fue
cuando me di cuenta que solo estábamos nosotros dos, pero estábamos seguros que
esos horribles animales no se acercarían jamás a la casa del rancho.
Los compromisos de los papas
frecuentaron y solían dejarnos dormidos, claro eso creían ellos, así, una noche
en la plenitud de la oscuridad en una reunión secreta urgente llegamos al
acuerdo de seguirlos para ver a donde iban, y así cuando ellos salieron,
cerraron la puerta y empezaron a caminar un momento después, nos paramos y sigilosamente
salimos tras ellos, caminamos estratégicamente a una distancia prudente
agachados para que no nos vieran en la espesura de la fría noche, la lámpara
que ellos llevaban nos indicaban el camino, los seguimos no sé cuánto, llegaron
y entraron a una casa de quien sabe quién, poco a poco, nos acercamos y vimos
entre la separación de los carrizos a mucha gente ataviada de su vestimenta de
gala, platicaban y tomaban y reían, la música se escuchó y empezaron a juntarse
agarrados de las manos para bailar, y daban vueltas y paraban y daban vueltas,
después se soltaban de las manos para rápidamente volvérselos a tomar, al
terminar la música volvían a sus asientos a seguir tomando y platicando y
riendo y se volvía a repetir otra escena igual nuevamente, a que fastidio,
dijimos, vámonos dijo chayito y emprendimos el regreso, ahora sin linterna a oscuras y rápido antes que los papas se les
ocurrieran salir así entre caídas, tropiezos y miedo, más a los papas que a la
noche, llegamos a la casa del rancho y a meternos a dormir como niños bonitos.
Los días y las noches pasaron,
los días eran larguísimos y las noches muy cortas, siempre me quedaba con
sueño, la casa era grande, muy grande, de adobe con techo de tejas, adentro muy
amplio, había una escalera al cual no estaba permitido subir, era el tapanco,
en donde se guardaba la cosecha, habían mazorcas, calabazas, chilacayotes,
muchos, abajo del tapanco, se guardaba el barzón, el arado, es decir todos los
implementos del campo, mamá hacia la comida al extremo opuesto, ahí tenía su
comal junto a ella el metate con su mano, movía y movía el metlapil, le ponía
el maíz, y lo molía, metía la mano en una jícara con agua, se mojaba una y
tomaba de un solo movimiento el producto de la molienda y se lo ponía en una
mano y con la otra la golpeaba hasta reducirla tanto que se extendía a los
lados, cuando ya estaba delgada con otro rápido movimiento lo dejaba caer en el
comal que ahora estaba ya bien caliente, reparaba los posibles agujeros dejados
con uno de los dedos y con agua que le servía para resanarlo, un momento
después, lo volteaba para cocer el otro lado, sin dejar de moler lo que sería
la siguiente tortilla, también ponía el jarro de barro para el café y por otro
lado molía en su chirmolera chile y tomate con agua, si había calentaba o
hervía los frijolitos, y luego llamaba al papa para comer, quien se sentaba en
un banquito o una piedra junto a la lumbre y comía, cuando él se paraba para
irse nos llamaba a los hijos, que yo acudía rápidamente, a que rica comida,
suculenta no, pero riquísima comida, la tortilla calientita que casi me
quemaba, lo doblaba en forma de taquito porque así lo hacia el papá, lo
remojaba en la salsita o en los frijolitos, a partí, ti, decía cuando estaba
caliente, si picaba un sorbo de cafecito caliento lo hacía más sabroso, tal vez
era la única comida al día o en dos días, pero cuando había, que rica comida,
en otras veces, me parecía que la tortilla caliente se le sumergía en la salsa,
con más chile que tomate, y se hacía lo que era el Ticucu, ¡ha! Que rica
comida, la más rica del mundo, de todo el mundo, pero si alguna vez había
amarillito o armadillo con amarillito, o carne de conejo o de venado cuando
había, que rico, pero cuando había hongos con amarillo ò con jiotes, pero si no
había nada, con el ticucu, era más que suficiente, y los días pasaban, las
torrenciales aguas no me asustaban porque estaba acostumbrado a ello, llovía
día y noche y noche y día, si de día, los relámpagos y truenos se escuchaban
seguidos, caían rayos en la montaña, si de noche, los relámpagos iluminaban la
oscuridad los truenos me hacían estremecer y los rayos prendían algunos árboles
que la misma lluvia apagaba, el miedo no existía al menos cuando uno nace y
crece con esos efectos naturales la mente lo toma como normales, poco a poco
uno aprende a tenerle miedo a la naturaleza, porque mamá me pedía hincarme y
rezar, nunca aprendí a hacerlo, ella ordenaba junto con papa que debíamos rezar
quien sabe para que servía si de todos modos seguía lloviendo, así también
colocarían unas palmas en las puertas, dizque benditas para ahuyentar al
demonio, que tampoco conozco, a mi edad decía, ahí que recen ellos, yo me voy a
dormir, y sí salía a algún mandado de mamá, tenía que cruzar el río grande el cual
se cubría de agua y con una fuerte
corriente ocurría lo mismo con río chico, así que salir fue un tanto difícil, de
esa forma transcurrieron las horas tristes, pero en ese tiempo no conocía la
tristeza, entonces los días pasaban, cuando la llovía se iba, las montañas se
cubrían de verde un verde hermoso, no sé si hay verdes feos, pero los montañas
se veían hermosos, enfrente de la casa se alzaba otra montaña gigante y atrás
de ella otra más grande al norte otra montaña también alto, al sur otros más
pequeños y al oriente un cerro chaparrón donde se dice que se oculta unas
ruinas arqueológicas no descubiertos, mi pueblo, es uno de los privilegiados ya
que cuenta con agua suficiente con un manantial entre las montañas, cuando
estaba en el rancho salía al monte y ahí
tomaba de la naturaleza unas manzanitas rojas, me gustaban mucho, se llamaban
pingüitas, también me encantaban los duraznos, la manzana, el membrillo, los tejocotes,
el zapote negro, el chayote cocido, pero también la papa cocida y otros más, no
me gustaba bañarme porque el agua fría me daba dolor de cabeza, más en las
mañanas cuando había que pasar el río grande y existía una capa superficial de
hielo que al pisarlo el frío traspasaba el cuerpo hasta llegar a la médula,
¡¡haaa que frío!!, pero había que pasarlo, lo que recuerdo de la casa de mis
padres de hidalgo num.8, era un árbolito que estaba en la orilla de la calle a
mitad del patio, estaba alto y cuando no se daban cuenta me subía en él, creo
daba un fruto, a los lados del árbol se encontraban unas nopaleras que se
cubrían de tunas, enfrente de la casa estaba el molino del pueblo y después le
seguía la iglesia para llegar a la cancha de básquet y luego la escuela.
Cuando las festividades
religiosas se presentaba una de ellas era la llamada semana santa, uno de esos
días para mí era bastante traumático, recuerdo haber sido llevado a la iglesia,
en donde la luces estaban apagados, la oscuridad reinaba, el silencio
acompañaba a ese escenario, de pronto se oía un ruido estridente, y del techo
se veían salir unas figuras horribles, así lo veía yo, se desplazaban a través
de una línea que no se veía por la oscuridad, pero que parecía que se acercaban
en donde yo estaba, se acompañaba de un ruido estridente, cerré los ojos y me
aferré del vestido de mi madre, ahí conocí el miedo, no volví a abrir los
ojos hasta salir de ese lugar, cada vez que había que ir a la iglesia,
recordaba ese pasaje horroroso, por lo que las veces que podía evitar ir a la
iglesia, lo hacía con cualquier pretexto.
Eran las 5 de la mañana, bueno
creo, fui despertado de mi profundo sueño por la voz melodiosa de mi madre,
¡Mingo! levántate ya nos vamos, no le hice caso, ya que yo no tenía compromisos
esos días y menos a los 5 años de edad, tomé mi cobija y me volví a querer
dormir, sin embargo otra voz más enérgica me despertó ¡¡Mingo!!, levántate, era
la voz de mi papá, en fin de mal humor, tuve que levantarme, mis parpados se
pegaban y aún parado seguía dormido, ya vámonos dijeron, bueno me dije, que se
vayan yo sigo dormido, pero un jalón me hizo saber que yo estaba incluido en el
viaje, alcancé a decir de mal humor, ¡¡está bien!!, me voy pero ya nunca
regreso, creo que fue premonitorio, con el tiempo lo recordaría muchas veces,
me dieron a cargar un cochinito o un animal que no recuerdo, para llevarlo
quien sabe a quién, salimos de esa casa tan hermosa que tanto me gustaba, el
camino estaba oscuro, caminamos y caminamos, no sé cuánto, cuando el alba
despuntaba, se veía un camino en forma de columpio que nunca antes había visto,
hasta donde mi vista daba hasta ahí se veía esa carretera, ¡ha sí!, era la
carretera Internacional 190, que venía de Huajuapam y después supe que es la
que atraviesa toda la República Mexicana, mi primera impresión fue de
maravilla, asombrado me quedé mirando esa carretera, del lugar en donde
estábamos se veía hermosa la carretera, ¡¡ahí viene!! Se oyeron voces, ¡¡ahí viene!!
Y todos se preparaban, quien sabe para qué, yo trataba de buscar quien venía y
no veía nada, pero poco a poco fue apareciendo algo que se movía lentamente a
la dirección en donde estábamos, sorprendido me quedé mirando que se acercaba a
nosotros cada vez más, era algo chato, que sacaba mucho humo y hacia mucho
ruido, se veía chistoso, pero para mí algo sorprendente, era la primera vez que
veía un autobús, llegó hasta donde estábamos, alguien me halo del brazo, y
todos los que estaban en ese lugar se empezaron a mover y a subir al autobús,
mi padre me cargó y subió rápidamente, en ese lugar había asientos de 2
personas, arriba unos porta canastos o portabultos, ahí subían sus guajolotes,
gallinas, bolsas de maíz etc., no todos alcanzamos lugar algunos nos quedamos
parados, por un momento dejé de ver a mis hermanas, en verdad no me
preocupaban, porque, azorado como estaba de tanto movimiento no recordaba a los
demás, entonces empezó a caminar el carro, ¡¡rum, rum, rummmmm!!, a Oaxaca, a Oaxaca, se oía el grito
de alguien, empezó a percibirse un olor desagradable, después supe que era diesel,
así el autobús siguió caminando, por momentos, mi mamá me subía a sus piernas y
me tapaba la cara, pero cuando me descubría veía que los árboles corrían muy
rápido, pasaban por la ventana y se iban, los cerros se acercaban cada vez más,
y de pronto una sensación de mareo se apoderó de mí no sé si era mi cabeza la
que daba vueltas o eran las cosas, o era yo el que daba vueltas, sentí en el estómago
que algo se revolvía, sentí deseos de correr, quise zafarme de los brazos de mi
madre, quien ajena a mis molestias me tomó más fuerte aprisionándome sobre su
cuerpo, y de pronto, ¡¡whaa!!, después me enteré que era vómito, ¡wuacala!,
después de unos minutos que mi madre me limpio o embarró de aquello, entré en
un profundo sueño reparador anti vómito.
Me despertaron para bajar del
autobús, llegamos a la terminal de Fletes y Pasajes, bajaban todas las cosas,
animales, entre gallinas, guajolotes, cochinos, chivos, etc., salimos de la
terminal, ubicado en ese entonces en Mier y Terán y las Casas, caminamos hacia
el sur, llegamos a un plan, más allá cubierto de ramas y carrizos, en donde se
encontraba el río Atoyac, antes existía un camino que estaban aplanando lo que
con el tiempo llegaría a ser el periférico, en medio se encontraba los rieles
de ferrocarril, mi padre nos diría que caminaríamos, sobre ellos y así lo
hicimos, después de un tiempo llegamos a lo que se conocía como el
empalme,
porque ahí era una estación del tren, del oeste llegaría el tren proveniente de
Tlacolula y del sur el que llegaba de Zaachila, se componía de un pasillo de
unos 5 metros de ancho en medio estaban unos muros de cemento que sostenían las
galeras de aproximadamente 2 metros de alto, entre los muros se hallaban las
bancas de cemento pegados por el respaldo, en donde descansaban los pasajeros o
esperaban el tren, terminaba con la caseta de venta de boletos, con letras
grandes se anunciaba “TAQUILLA”, en verdad no sé cuánto costaba un boleto,
terminaba ese empalme y a unos metros se encontraba la entrada del puente
“Porfirio Díaz”, por un lado estaba el paso del tren y por el otro el de los
coches y camiones, sin banqueta para el transeúnte, por lo que pasar en ese
lugar, debía ser con mucha precaución, al terminar el puente, se atravesaban
los
rieles del tren, estos se continuaban entre ramales rumbo a Zaachila, un
poco antes y hacia abajo, estaban las entradas al río Atoyac, siempre
caudaloso, y grandísimo y de aguas limpias, después de atravesar los rieles del
tren estaba una caseta de jugos en la “Y” que dividía el camino, a la derecha
era para ir a San Juan Chapultepec, a la izquierda
para Xoxocotlán, siguiendo
este camino, pasábamos el “pozo”, lo conocíamos así porque ahí nos abastecíamos
de agua en un pozo en terrenos propiedad de los Villanuevas, más adelante se
encontraba una curva y después la subida a la colonia Santa Anita, lo que sería
nuestro camino por largos 20 años, subimos por algo que en ese tiempo no era
camino, sino una vereda formado por el descenso del agua, así que estaba entre
piedras y ramas, escalamos por largo tiempo hasta llegar a la parte alta de
donde se veían, escasa casas en el horizonte, al Este se lograban observar el
caudaloso río Atoyac, que se perdía hacía el sur, allá muy lejos entre terrenos
extensos de cultivos de Maíz y alfalfa, enfrente, se veían unas casas de lo que
se conocía como la colonia Miguel Alemán, y se lograba seguir el camino del
tren serpenteando para perderse más a los lejos, mirando al otro lado del río,
para el norte, se observaba, el triplay de Oaxaca, una fábrica de Madera,
después el río, luego el empalme, le seguía la ciudad, se lograba observar el
cerro del fortín, y después siguiendo hacía el Oeste se encontraban nuevamente
los llanos verdes de cultivos, el paisaje era de lo más hermoso, claro que
apreciarlo a la edad de 5 años, era difícil, aquella vez llegamos a una casa de
carrizos con techo de láminas de cartón, ya ubicados y viendo hacia el paisaje,
por el lado derecho, se pasaba la casa de la “güera” para llegar a un cerro
lleno de malezas y árboles en donde corríamos para ir la excusado, entre los
matorrales, caminar por esos lugares en tiempos de lluvia, era peligroso ya que
todo era monte, había hacia el sur , una pendiente que se atravesaba para
llegar al otro lado, ahí me pase un tiempo cuidando un borrego que nunca nos
comimos porque resulto estar lleno de gusanos, ese borrego era como mi hermano,
sin ofender a los demás, porque me pasaba mucho tiempo con él, así lo
pastoreaba por esos montes, lo llevaba al río Atoyac, me peleaba con él, cierto
día me dio una cornada en el estómago que me tiró, aturdido, me paré sin saber
del todo que había pasado y volví a recibir otra cornada que me volvió a tirar,
esta vez ya mas consiente, agarre piedras y le di unas pedradas y pedradas,
luego halé un palo y le di muy fuerte, estoy seguro que no se quejó con mi
mamá, y también estoy seguro que no fue la causa de que tuviera gusanos en la
panza, con el tiempo construyeron en la parte baja y colindando con la colonia Santa
Anita una casa de 2 pisos y en la parte de arriba lo ocupaban para disparar a
los chivos que soltaban en el cerro, donde habían hecho un camino para ello,
los miércoles de cada semana, acudían a entrenamiento, se ponían en posición y
gritaban ¡¡Suelten el chivo!!! entonces el chivo corría por el camino y les
disparaban ¡¡banm, banm, banm,!! Y luego gritaban, ¡¡Alto el fuego!! Y salía el
que soltaba a los chivos, para ver si le había dado, en ese día no íbamos al
excusado para no ser confundidos y que nos tocara un balazo de los “cazadores”.